El despacho de la Doctora Silvia tiene salida directa al
huerto parroquial. Bueno, en realidad la salida es al porche que da al jardín
donde yo he puesto el pequeño huerto.
Esa puerta es un pequeño escape: algunas veces la Doctora
sale allí a fumarse un cigarrillo, como a hurtadillas; otras veces la utilizan los
clientes que no quieren entrar o salir por la puerta de la oficina parroquial.
La Doctora Silvia es psicóloga.
Algunos de los clientes que recibe son enviados por los sacerdotes
de la parroquia, otros no. Puede recibir y tratar a personas muy creyentes o
devotas y a otras nada creyentes y nada devotas. Algunos cuando llegan o salen
les gusta saludarnos y otros no.
Un día en los que yo iniciaba las labores para preparar el
terreno donde plantaría mis hortalizas, Silvia hizo un descanso y salió a
observar mi trabajo y a darme agradable conversación. Esto se repitió varias
veces en los días sucesivos. Poco a poco la amistad se fue acrecentando y la
conversación se hizo más distendida y confiada.
A los pocos días de que yo plantara unas matitas de chiles y
tomates, Silvia salió a observarlas. Detallista, como es ella, me dijo:
-Padre, parecen sedientas ¿no convenía regarlas?
-¡No! No en al menos dos o tres días más -le aseguré yo.
-Ay, padre, pues yo las veo sedientas, como lacias.
-Y lo están, Doctora, lo están. Pero quiero yo que lo estén.
-¿Por qué, Padre Ata? No lo entiendo.
-Se lo explico, Silvia. Mire: cuando las planté a todas le
di una buena ración de agua hasta empapar bien sus raíces y también la tierra
que hay debajo de ellas, luego tapé esa humedad con tierra seca. Pues bien: hasta dentro de unos
días no pienso regarlas.
-¿Qué pretende, Padre, con eso?
-¡Que ahonden sus raíces tras la humedad!
Me mira entre asombrada e interesada, como deseando más
información y se la doy:
- Mire, si en estos
primeros días de su trasplante y adaptación -de su mudanza- le hago la vida demasiado fácil, no
se preocuparán de ahondar sus raíces en busca de la humedad, no se prepararán
para las grandes dificultades que seguro les esperan durante el abrasador
verano texano, no se adaptarán al medio real en el que van a vivir. Al hacerle
la vida demasiado fácil y húmeda, no echarán raíces profundas, serán siempre
dependientes del riego diario, se
acostumbrarán a vivir como subvencionadas y al menor fallo entrarán en crisis y
morirán. En pocas palabras: ¡pretendo que se busquen la vida!
-¡Qué interesante! Pero aquí, en este clima tiene que
regarlas, Padre, y estar pendiente de ellas. -Me dice con interés creciente y como si
le fuera tomando cariño a las plantitas.
-Lo sé, Silvia, y lo haré, no lo dude. De hecho estoy muy pendiente y
las observo cada día, pero no las regaré aun. No me importa que estén un poco
lacias y como tristonas: ¡en realidad todos lo estamos un poco cuando cambiamos de residencia...! Pero
mire: las hojitas tiernas centrales están muy vivas.
-¡Ay, Padre, qué interesante: me está comparando a los
chiles y los tomates con las personas!
-Bueno, hay una gran diferencia, jaja... pero a veces
podemos aprender mucho de la naturaleza...
-¡Y que lo diga, Padre, y que lo diga, estamos de acuerdo! lo tendré en
cuenta.
(Continuará)
(Continuará)
Me recuerda a la historia del gallo Cesáreo :)
ResponderEliminar¡No había pensado en ella!
EliminarPero ciertamente pueden compararse: en las dos hay periodo de adaptación. Gracias, Estrella
¿Huelo a alegoría entre los chiles y el Ata-trotamundos?
ResponderEliminarBueno, yo no había prsonalizado tanto. ¿De veras, soy picante?
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