viernes, 6 de diciembre de 2013

AL FINAL TODO TERMINARÁ BIEN


Era una pareja de  ancianos.  Vivían solos.

Desde hacía unos doce años la esposa  -81- no podía levantarse por sí sola de la cama. Él -85- procuraba hacer todo para que la vida pareciera normal: las compras, las comidas, la limpieza, las medicinas, los pagos,  la atención a vecinos y amigos, ¡la vida normal!

 Él era un hombre animoso, optimista, positivo; con sus ánimos y alegría contagiosa animaba a todo el que se llegaba hasta él. Pero últimamente parecía vencido por las circunstancias tan adversas que tenía en casa: la deformación progresiva y el sobrepeso de su esposa, las fuerzas menguantes de él, los años...

-Antes la sentaba todos los días, ¿Sabe?,  pero ahora ya no lo puedo hacer solo, lo hago cuando me ayuda la vecina y me echa una manita.

Pero no es hombre de dejarse vencer fácilmente. No para, es atento, sonríe, agasaja a todos.


Me llamó una hija que vivía en una ciudad lejana, de otro estado. Había llegado a visitar a sus padres ancianos y la madre le dijo que quería que la visitara un sacerdote, deseaba confesarse y preguntar algunas cosas.
 
-¿Puede venir esta tarde, padre? Es que yo me regreso y me gustará estar cuando usted venga.

-Sí, claro que sí: a las 3 pm puedo estar por ahí.

-Gracias. Le esperamos a las 3.

Me recibieron el padre y la hija a la puerta de una casita pobre con escasa decoración y el jardín abandonado. Al cerrar la puerta se percibían algunos olores no muy agradables.

-Gracias por venir hasta nuestra casa; yo no me atrevía a llamarle, ya ve usted, -dijo él.

-Sí muchas gracias por darle este gusto a mamá y llegar tan puntual, -dijo la hija.

Y sin más me hicieron pasar a la habitación de la señora.
Estaba sentada en la cama sujeto su voluminoso y deforme cuerpo con varias almohadas, cojines y otras ropas. Tenía en el rostro dolor, asombro y ganas de decir algo. Le alargué mi mano para saludarla pero ella apenas pudo levantar la suya para dejar ver los efectos de la distonía muscular deformante y cruel.

Hablamos un buen rato a solas, en privado.

Mientras, el esposo y la hija andaban limpiado otras estancias. En nuestra habitación dejaron un cubo con aguas sucias y los muebles y ropas descolocados. Tal vez fui demasiado puntual.

Cuando terminó ella recibí en otra estancia al esposo.

Luego nos reunimos los cuatro.  Traté de transmitirle a la hija parte del sentir de la madre: no podían continuar así. Era necesario que buscáramos una solución. Alguien tenía que ayudar al esposo en aquella casa.

Él parecía estar ajeno a la situación límite que tenía delante como quien no tiene problema alguno.

-¡Todo terminará bien!¡No hay por qué preocuparse!-Dijo él.

Cuando yo insistía con posibles soluciones, él las desestimaba una y otra vez.

-Deberían contratar a alguien que se encargara de la limpieza, la comida, la señora ...

-¡No se preocupe, padre, al final todo terminará bien! -volvía a decir él.

-¿Usted no puede quedarse una temporada con ellos? -pregunté a la hija.

-¡No es necesario, padre, todo terminará bien! -insistía machaconamente él.

-Si no tienen recursos económicos para pagar a alguien quizá desde la Parroquia encontremos a alguna voluntaria del grupo de Pastoral de la Salud...

-¡Nada, nada, al final todo terminará bien! -volvía a decir el anciano.

-¿¡Y si no termina bien, abuelo!? -Le dije yo casi gritando.

Él me miró fijamente a los ojos y sentenció:

-¡Ah, entonces es que no es el Final, padre!!
......


Y me dejó pensativo y meditando hasta el día de hoy...

 “Venid, benditos de mi Padre…"  (Mateo 25, 34)





4 comentarios:

  1. Buena historia para meditar, gracias :)

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    1. Yo pensaba en la situación terrena y él se sentía en el regazo de Dios.

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  2. ¿Huelo un nuevo libro con tus andanzas por Laredo, Ata?

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