jueves, 26 de diciembre de 2013

EN EL AULA




Llevo varios cursos  impartiendo clases de Ética a alumnos mayores (el anterior no lo hice). Desde el primer día que me presento en clase digo que soy sacerdote católico. Esto no suele facilitar mucho las cosas, ¿o sí? Como a mí me va, hasta cierto punto, la polémica y el "rifi-rafe" dialéctico,  solemos tener pronto acalorados debates en torno a la religión, la Iglesia, el Vaticano y la misma idea o existencia de Dios.


  Muchos de mis alumnos se manifiestan orgullosamente ateos y sólo unos pocos se presentan como creyentes religiosos. Estos lo hacen al modo de Nicodemo: “de noche”, en secreto, sin que se enteren sus compañeros (Jn, 3, 1-21). Los primeros utilizan contra mí y mis posiciones verdadera artillería dialéctica, pero por lo general prestada de los tópicos sociales y televisivos, por tanto son armas de segunda mano.

  Un día una alumna me dijo en un debate:

  -¡Yo lo que no entiendo es cómo tú siendo filósofo (solo soy licenciado), puedes creer en mitos y en esos cuentos!

    Para ella toda creencia religiosa, toda fe, no son más que mitos, cuentos, tonterías. Aseguró que, para ella, no existía más verdad que la científica, empírica y racional. Ni siquiera quiso admitir la importancia de las mitologías como intento de explicación de las verdades más profundas del ser humano.

  -¡Yo sólo admito los resultados de la ciencia! ¡Lo demostrable, lo evidente!

 -Bueno, bueno… parece que metes en el mismo saco cosas bien distintas: ciencia, razón, evidencia…

  -¡Yo quiero seguir siempre la verdad, y la verdad científica, y punto!

  Entonces me vino a la mente la historia de un buscador actual: Antony Flew, “el ateo más influyente del mundo”. 
Y comencé a contarles algo de lo que yo sabía de él: Antony Flew es un profesor de filosofía, recientemente fallecido, que aseguraba que lo lógico es presuponer siempre el ateísmo hasta que aparezca la evidencia empírica de un dios.

  ¡Ves?, lo que yo digo!: ¡lo “normal” es ser ateo! hasta que alguien me demuestre científicamente la existencia de algún dios.

  Los demás alumnos se unieron pronto a esta opinión, mostraban interés y "disparaban". Dos o tres “nicodemos” escuchaban y callaban.

Yo seguía:

  -Flew dice que en toda su vida ha seguido el principio socrático: “Sigue la evidencia, a dondequiera que te conduzca” 

  -¡Me gusta ese principio! ¡Y además parece lógico y razonable, como el mío, igual que el mío, lo que te dije! –dice la alumna de la polémica.

  - Bueno pues a él, en los últimos tiempos, ese principio parece que le llevó a la necesidad de admitir la existencia de Dios, -lancé yo.

  -¡¡Ja! ¿Pero, Qué dices?!

  -De hecho, siguiendo ese camino, en el 2004 publicó un libro sorprendente: “There Is a God: How the World’s Most Notorious  Atheist Changed His Mind” (“Hay un Dios: Cómo el ateo más notorio del mundo cambió su mente”).

  La clase se calla y se tensa. Uno de los “nicodemos” dice:

  -¡Qué bueno! Cuéntanos más. ¡Esto se pone interesante! ¿Está traducido ese libro?

  -No, creo que no está traducido. En Youtube  podéis encontrar alguna entrevista subtitulada. Me parece que Flew ha sido siempre un pensador honesto y aunque no ha llegado a la fe, sí ha llegado a los preámbulos de la fe, es decir: a esas verdades reveladas que la razón humana también puede alcanzar (sabiduría superior, existencia de Dios, del alma, etc…)

  Algunos alumnos se ponen a buscar en internet y uno lee:

  -“El doctor en Filosofía Antony Flew, de 81 años, dijo que “tuvo que rendirse ante la evidencia de los hechos”. Según Flew, tales hechos incluyen recientes descubrimientos científicos en los campos de la cosmología y de la física. Además, explicó: “Los hallazgos realizados durante más de cincuenta años de investigación del ADN sirven de base para nuevos y poderosísimos argumentos a favor del diseño inteligente” y de una Inteligencia Creadora. Declaró también que incluso el “relato bíblico [del capítulo uno de Génesis] ¡podría ser exacto desde el punto de vista científico! – Y sigue: “la única razón por la cual empecé a pensar en creer en un Dios de primera causa es la imposibilidad de proporcionar una explicación naturalista del origen de los primeros organismos reproductivos” luego ha habido otras. Flew dice que la ciencia moderna destaca tres dimensiones de la naturaleza que apuntan a Dios: la primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda es la existencia de la vida organizada de manera inteligente y dotada de propósito, que se originó a partir de la materia –y la materia en sí no tiene ni inteligencia ni propósito-. La tercera es la mera existencia de la naturaleza. 
  
   -De hecho llegó a hablar del "colapso del ateísmo" -les digo.

  -¿Te quieres "quedar" con nosotros, o qué? - dice la alumna.
   
  -Es curioso –le digo- conocer la reacción de sus antiguos compañeros de la “Sociedad Atea”: ¡lo han intentado meter en una residencia psiquiátrica!

  -No me extraña, -dice ella.

  - Dicen que ha perdido el juicio. Es decir: ¡cuando pensaba igual que ellos era sabio y era su líder, ahora que ha descubierto nuevos argumentos, nuevas verdades, está loco! ¿Os dais cuenta? Él, claro, se ha defendido asegurando que sigue siendo el mismo de siempre y que sigue el principio socrático de toda su vida: "seguir el argumento a dondequiera te que lleve" y a él lo ha llevado a la necesidad de la existencia de Dios.

  Uno de los alumnos creyentes al estilo de Nicodemo, que no había hablado nunca interviene:


  -¿Y por qué estas cosas no salen en la tele?



Atanasio Serrano

viernes, 6 de diciembre de 2013

AL FINAL TODO TERMINARÁ BIEN


Era una pareja de  ancianos.  Vivían solos.

Desde hacía unos doce años la esposa  -81- no podía levantarse por sí sola de la cama. Él -85- procuraba hacer todo para que la vida pareciera normal: las compras, las comidas, la limpieza, las medicinas, los pagos,  la atención a vecinos y amigos, ¡la vida normal!

 Él era un hombre animoso, optimista, positivo; con sus ánimos y alegría contagiosa animaba a todo el que se llegaba hasta él. Pero últimamente parecía vencido por las circunstancias tan adversas que tenía en casa: la deformación progresiva y el sobrepeso de su esposa, las fuerzas menguantes de él, los años...

-Antes la sentaba todos los días, ¿Sabe?,  pero ahora ya no lo puedo hacer solo, lo hago cuando me ayuda la vecina y me echa una manita.

Pero no es hombre de dejarse vencer fácilmente. No para, es atento, sonríe, agasaja a todos.


Me llamó una hija que vivía en una ciudad lejana, de otro estado. Había llegado a visitar a sus padres ancianos y la madre le dijo que quería que la visitara un sacerdote, deseaba confesarse y preguntar algunas cosas.
 
-¿Puede venir esta tarde, padre? Es que yo me regreso y me gustará estar cuando usted venga.

-Sí, claro que sí: a las 3 pm puedo estar por ahí.

-Gracias. Le esperamos a las 3.

Me recibieron el padre y la hija a la puerta de una casita pobre con escasa decoración y el jardín abandonado. Al cerrar la puerta se percibían algunos olores no muy agradables.

-Gracias por venir hasta nuestra casa; yo no me atrevía a llamarle, ya ve usted, -dijo él.

-Sí muchas gracias por darle este gusto a mamá y llegar tan puntual, -dijo la hija.

Y sin más me hicieron pasar a la habitación de la señora.
Estaba sentada en la cama sujeto su voluminoso y deforme cuerpo con varias almohadas, cojines y otras ropas. Tenía en el rostro dolor, asombro y ganas de decir algo. Le alargué mi mano para saludarla pero ella apenas pudo levantar la suya para dejar ver los efectos de la distonía muscular deformante y cruel.

Hablamos un buen rato a solas, en privado.

Mientras, el esposo y la hija andaban limpiado otras estancias. En nuestra habitación dejaron un cubo con aguas sucias y los muebles y ropas descolocados. Tal vez fui demasiado puntual.

Cuando terminó ella recibí en otra estancia al esposo.

Luego nos reunimos los cuatro.  Traté de transmitirle a la hija parte del sentir de la madre: no podían continuar así. Era necesario que buscáramos una solución. Alguien tenía que ayudar al esposo en aquella casa.

Él parecía estar ajeno a la situación límite que tenía delante como quien no tiene problema alguno.

-¡Todo terminará bien!¡No hay por qué preocuparse!-Dijo él.

Cuando yo insistía con posibles soluciones, él las desestimaba una y otra vez.

-Deberían contratar a alguien que se encargara de la limpieza, la comida, la señora ...

-¡No se preocupe, padre, al final todo terminará bien! -volvía a decir él.

-¿Usted no puede quedarse una temporada con ellos? -pregunté a la hija.

-¡No es necesario, padre, todo terminará bien! -insistía machaconamente él.

-Si no tienen recursos económicos para pagar a alguien quizá desde la Parroquia encontremos a alguna voluntaria del grupo de Pastoral de la Salud...

-¡Nada, nada, al final todo terminará bien! -volvía a decir el anciano.

-¿¡Y si no termina bien, abuelo!? -Le dije yo casi gritando.

Él me miró fijamente a los ojos y sentenció:

-¡Ah, entonces es que no es el Final, padre!!
......


Y me dejó pensativo y meditando hasta el día de hoy...

 “Venid, benditos de mi Padre…"  (Mateo 25, 34)